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ziclõö, desarrollo de una bici urbana

Hace un año comencé a realizar un antiguo anhelo: crear una bicicleta urbana capaz de seducir a las personas que, aunque podrían usar la bicicleta en sus desplazamientos cotidianos por la ciudad, no lo hacen. Inauguro este blog hoy, invocando el auspicio de esta fecha especial, para compartir reflexiones sobre cuáles son esas razones y explorar modos de disolver ese bloqueo.

En los últimos años ha crecido una ola de actitud positiva hacia la bicicleta como solución preeminente a los problemas causados por un modelo de movilidad que comienza a reconocerse como insostenible. Pareciera el merecido logro de miles de personas que llevan décadas luchando organizadamente por promover su uso en las ciudades e intentando suavizar la hostilidad de ese entorno… por fin se les da la razón. A estos ciudadanos pioneros se les han unido coros de responsables políticos de todos los niveles y hasta consultoras o empresas que han convertido la promesa de la movilidad sostenible en un área de negocio reconocida: ya ha pasado a ocupar un primer plano entre los debates públicos y a disfrutar de recursos económicos por distintas vías.

Quizá sea, entonces, el mejor momento en cuanto a las expectativas de crecimiento en el uso urbano de la bicicleta. La evolución reciente muestra avances significativos en unas cuantas ciudades cuyas autoridades han liderado su transformación, aunque poco o nada ha sucedido en el resto. Quienes llevamos décadas usando la bici asiduamente en estas otras, observamos un crecimiento muy pausado y que las adversidades del entorno apenas han disminuido; de hecho, las mejoras recientes aspiran aún a revertir el deterioro que había seguido produciéndose durante todos estos años.

Así que, en medio de esta atmósfera favorable, la cuestión fundamental aún es: ¿por qué sigue siendo tan escasa la proporción de personas que usan la bici en la ciudad? Claro está, la pregunta surge para quienes valoramos las inmensas ventajas que proporciona tanto a los usuarios directos de la bicicleta como al resto de ciudadanos. Entre nosotros suele responderse con una lista rotunda, con argumentos y lamentos recurrentes.

Veo insuficente ese diagnóstico común y las terapias que se proponen. Lo obvio, parece, es que una persona usará la bicicleta para moverse por la ciudad si quiere y si puede. A falta de alguna de esas condiciones, habrá que provocar el cambio necesario, sea en sus deseos o en el entorno que lo impide. Así, por un lado se nos presenta la tarea salvadora de convencer, educar, concienciar, informar, impulsar, incentivar, penalizar… para modificar valores y prácticas. Por el otro, la de eliminar los obstáculos que frenan el uso de la bicicleta en el ambiente urbano, integrándola en el sistema de tránsito actual. Es responsabilidad de las autoridades, particularmente de las municipales, abordar la planificación y regulación que favorezca la locomoción en bici. Todo irá bien mientras siga creciendo el número de lugares en los que se avanza en ambos frentes.

Tendremos ocasión de discutir esas dos vías. Ahora sólo quiero enfocar la atención en un aspecto que suele dejarse de lado. Me refiero al acuerdo subyacente de que la bicicleta es ya un artefacto maduro y adecuado para ese uso: hay una infinidad de modelos, suficientes para satisfacer a cualquier usuario urbano. La bicicleta no sería el problema. Por el contrario, estoy convencido de que muchos de los motivos que hacen desistir del uso cotidiano de la bici están en el propio artefacto que se presenta como gran solución. Pero también de que tiene el potencial de adaptarse para aliviar los problemas específicos del entorno urbano. En otras palabras: diría que aún no existe la bicicleta adecuada para el uso urbano mayoritario. Sí, ya es usada por miles de personas a diario. Para éstas, el balance de ventajas e inconvenientes resulta favorable a desplazarse en bici. ¿Y las que no la usan aunque parezcan estar en las circunstancias adecuadas? Debemos comenzar con el respeto profundo a esas personas. Asumo que tienen buenas razones para no usar la bicicleta aunque les gustaría hacerlo. No es por falta de resolución o de compromiso, es por conocimiento de su situación y de lo que más les conviene. Aunque no se dude de los grandes beneficios de usar la bicicleta, varios inconvenientes combinados pueden arrojar un balance negativo: por eso, finalmente, no se usa. El objetivo es invertir esos balances. El diseño deberá responder simultáneamente a todos los retos inherentes a su uso, no a uno solo.

Me propongo, entre otras cosas, considerar esos inconvenientes que podrían aliviarse mediante el diseño adecuado de una bicicleta completamente orientada al uso urbano. Algunos no son tan obvios como podría pensarse.